Las opiniones nos ayudan a construir nuestra realidad. Mediante ellas creamos una perspectiva personal del mundo que nos rodea. Éstas se forman condicionadas por nuestra educación, vivencias, entorno, personalidad, entre otras. Por ende cada individuo es creador y dueño único de sus opiniones y éstas, según como se vean confrontadas, generarán alegría, tristeza o ira. Esto significa que cada opinión es un potencial estado emocional subyugado a la opinión de otra persona, lo que nos convierte no solo en dueños, sino también en esclavos de nuestras opiniones.
“Que todo es opinión y ésta depende de ti. Acaba, pues, cuando quieras con tu opinión, y del mismo modo que, una vez doblado el cabo, surge la calma, todo está quieto y el golfo sin olas.” – Marco Aurelio
Pero, yo me pregunto: ¿Porqué tenemos una opinión para casi todos los aspectos de la vida?
Crear una realidad individualizada, controlada, simplificada y moldeada a nuestro conocimiento del mundo nos da una sensación, una ilusión de seguridad, que es exactamente lo que nuestra mente busca como un modo “por defecto” de protección. Por eso es tan importante para nosotros tener opiniones; encasilla y compartimenta cada concepto, idea, situación, persona u objeto dentro de nuestra reducida área de conocimiento, evitando mirar directamente al vacío de la ignorancia.
Las opiniones se construyen como parte de los sistemas de protección de nuestra imagen idealizada que proyectamos al exterior justificando, y moldeando a su vez, nuestro ego. El ego nos suscita una ilusión de importancia, de trascendencia, que nos ayuda a navegar nuestra vida cotidiana como lo haría un café por la mañana. A través de cada opinión que construimos reforzamos nuestra dependencia, como la que podríamos tener a la cafeína, y que aceptamos como recursos que nos “refugian”, de forma inconsciente, de la vertiginosa, y en ocasiones aterradora, libertad y futilidad del “yo”.
La lucha constante entre el ego y el yo provoca intranquilidad, conflicto interior, emociones encendidas y acrecentadas por las propias opiniones que nos separan de la paz y serenidad de la aceptación, de la verdad implícita, y modestia inherente, del yo. Que poco nos comunicamos de “yo” a “yo”, y cuantos caminos hemos quemado en choques de egos. Contiendas armadas con opiniones sesgadas por el miedo a la verdad, a nuestra futilidad y a la visualización como concepto abstracto del infinito.
Liberarnos de nuestras opiniones nos perimitirá ser simplemente más libres, ser dueños de nuestras emociones, ser fieles a quienes debemos ser, permitiéndonos conectar con nosotros mismos y con el resto de personas, de una forma más honesta. Una forma de vivir el presente sin someternos a la proyección de quien creemos que somos o debemos ser, aceptando que posiblemente no le gustemos a todo el mundo, incluso a nosotros mismos. Pero ese es el camino, ese es el proceso para ser quien hemos tenido que ser desde el día que llegamos a este mundo. Abraza y ama cada momento de este proceso, solo tu tienes la capacidad de hacerlo.