Recorriendo el camino que el destino me ha regalado, de forma recurrente, insistente y perseverante surge una sensación tintada de temor que me desorienta. Donde mis sentidos perciben un entorno que se ve y escucha con claridad, una sensación de vacío me invade cuando profundizo en ocasiones en el eco que resuena en mi interior. Muy desconcertante cuando rodeado de miles de personas el tumulto suena a ensordecedor silencio. De repente me doy cuenta que ese silencio me está diciendo que aquí no hay nadie más, estoy solo, esto es el dulce escafismo, la oscura caricia, esto es la soledad.
La soledad es el estado que determina la más pura esencia de mi experiencia humana. Es mi estado natural donde rige la verdad más absoluta, es el único lugar donde me permito conocerme y ser quien verdaderamente estoy destinado a ser. Fuera del ruido, distracciones y condicionamientos sociales que enmascaran el rostro de mi naturaleza como individuo, reside la verdad de un sentimiento tan creador como desolador. Dentro de esa calma, de esa aparente paz y mutismo, existe un susurro que viene de mis entrañas. Un grito, un aullido, un lamento desgarrador de mi genio embotellado, mi “yo” sin artificios que clama por salir. Este genio no me concederá 3 deseos, jamás me regalará aquello que más anhelo, me dará aquello que realmente necesito. ¿Pero tengo el valor de aceptarlo? ¿Tengo la constitución psicológica y moral para afrontar el reto de vivir en comunión con la soledad, viviendo a mi máximo potencial sin condicionamientos socio-ambientales?
Es muy complicado poder seguir al pie de la letra los dictados del genio, la supervivencia social se impone sometiéndome, condenándome a vivir con una sonrisa en la cara gritando en silencio palabras que jamás podrán ser pronunciadas. Aprendiendo a ser plena y puramente fiel a los gritos del silencio donde las necesidades de mi inherente condición humana me empujan, obligan, fuerzan a compartir mi soledad con otras personas, a eso que llaman sociabilizar. Una sociabilización auto recetada, recomendada e imprescindible como remedio sintomático de una realidad cargada de cinismo maquiavélico. Una realidad que me empuja hacia rutinas que invocan el trance de una melodía hipnótica, deambulando mi camino con la inercia inevitable hacia la dulce liberación oscura.
La soledad, carencia de compañía, lugar desierto donde la escucha activa puede ser el mejor compañero de viaje. Donde saber que, cuando y como escuchar resulta vital para saber actuar y definir quien soy. Solo la valentía de ser quien soy, quien debo ser, me hace progresar. Solo con el movimiento, la acción, la proactividad, construyo mi senda, caminando en soledad agarrándome de la mano, siendo el fiel e inseparable compañero que debo ser. Nadie me espera, ni debo esperar a nadie, la espera siempre es en vano, ya que solo yo, conmigo solamente, me acompaño en la soledad para no sentirme solo, para no sumirme en el más profundo vacío, para ser libre, para ser “YO”.