¿Cuántas veces te has sentido perdido, sin saber que hacer, o si lo que estás haciendo te lleva a algún lugar realmente? En algún momento u otro de nuestras vidas, muy posiblemente, hayamos sentido el mal estar, o la ansiedad, de sentirnos deambulando sin rumbo. Pero, ¿de dónde surge esa sensación de inquietud, esa intranquilidad que agita nuestra “aparente” estabilidad?
En primer lugar es fundamental descubrir el sentido, la dirección de nuestra mirada, la perspectiva desde la cuál estamos observándonos para comprender el porqué surge ese sentimiento. ¿Estamos mirando hacia el exterior, o lo estamos haciendo hacia nuestro interior? ¿Tenemos la perspectiva adecuada para nuestro bienestar e intereses?
Cuando miramos al exterior acostumbramos a buscar referencias, como el marinero que mira a las estrellas, o el montañero que busca ríos, senderos o cualquier accidente geográfico para saber si va en la dirección correcta. Cuando hacemos este ejercicio solemos incurrir en la comparación con individuos a los cuales admiramos, envidiamos o incluso odiamos, entrando en un círculo de castigo, autoflagelación y miedo. Cuando nos comparamos con otras personas, queriendo ser o hacer “como ellos”, pretendemos andar un camino que no nos corresponde, vivir una realidad que no nos pertenece y nos aterra no cumplir con unas expectativas que nos hemos creado artificialmente. En busca de una ilusión de lo que creemos que deberíamos ser, un reflejo adulterado de nuestro ego, caemos víctimas del recurso más recurrente, automatizado y destructivo del miedo. Buscamos fuera lo que tenemos dentro de nosotros mismos, la cuestión es que en ocasiones nos da pavor descubrir lo que realmente queremos, de luchar por aquello que más anhelamos, de ser la auténtica versión de la “verdad” que emana desde lo más profundo de nuestra alma.
Una pregunta muy recurrente que nos atemoriza: “¿Y si fracaso siendo yo mismo?” Pues que ese sea tu destino, pero mayor fracaso es no haberlo intentado, haber sido el sucedáneo de la vida de otro, un falso imitador de marca blanca viviendo la cómoda mentira que pertenece a un tercero. Jamás encontrarás tu dirección, o tu destino, ni te marcarás un objetivo claro si sigues el camino de otro, el mal estar, la ansiedad, tarde o temprano, reaparecerán y seguirás teniendo la sensación que estás perdido.
“Si intentas desempeñar un papel que está por encima de tus posibilidades, no solo actúas torpemente, sino que también das de lado ese papel que podrías haber desempeñado con éxito.” – Epicteto
Cuando por el contrario, miramos hacia nuestro abismo interior, una vez pasada la oscuridad incial y teniendo una conversación honesta con nosotros mismos, descubriremos con trabajo y tiempo, quienes somos, hacia donde queremos ir, donde queremos estar, y si somos afortunados, quien queremos ser. Nos hacemos preguntas como: “¿Quién soy?” “¿Tiene sentido lo que estoy haciendo?” “¿Es esto lo que quiero hacer el resto de mi vida?” o “¿Cuál es mi propósito?” Si lo que realmente buscamos son respuestas, forzosamente debemos comprometernos con la interpelación, con la respuesta sincera y posibles revelaciones incómodas. ¿Alguna vez te has sentado a conversar contigo mismo, a conocerte, a hacerte preguntas que evitas responder? ¿Eres sincero contigo mismo? Haz el ejercicio y descúbrelo, detrás del miedo y el dolor, hay progreso, crecimiento y revelación. Está en tus manos, solamente tú tienes las preguntas adecuadas, únicamente tú tienes la respuestas correctas.
Una vez tengamos clara nuestra visión y perspectiva, sepamos quienes somos (al menos en este momento de nuestra vida) y hacia donde queremos ir, nos abrirá la puerta al factor imprescindible en la cuestión de sentirse perdido: el definir un objetivo claro, medible y objetivamente asequible. Debemos saber encontrar la dirección a la cual nos dirigimos utilizando nuestros valores como brújula, esto definirá nuestro camino. Es de gran trascendencia considerar el cuestionar algunas de nuestras creencias, que en ocasiones pueden ser nubarrones que enturbian nuestro juicio causando tormentas en la travesía épica hacia nuestro objetivo. Desecharemos aquello que limite nuestro progreso, doloroso a la vez que inapelable, dejaremos atrás pensamientos, ideas y comportamientos que ya no nos sirvan, para ello, de un modo muy poético, morirá una parte de nosotros. La muerte, como lo es el fin de una creencia, es el abono perfecto para los brotes de unos nuevos ideales que nos permitirán aceptar nuestro camino manteniendo el honor y el respeto por uno mismo.